Parece que no deja de ser cierto aquello de que "dinero
llama a dinero". Al menos es lo que se desprende de las últimas noticias que
llegan a los oídos de los atónitos espectadores.
En la semana en la que Davos se viste de gala para recibir
las buenas palabras e intenciones para 2014, una organización no gubernamental
(Intermón Oxfam) publica un inquietante dato: el veinte porciento de la riqueza de España está en manos de veinte personas.
Ya no hay que cruzar el Estrecho para encontrar desigualdades
mayúsculas. La crisis que nos estalló en la cara en agosto de 2008 no ha sido
tal, al menos para algunos, a ojos vista de los datos. Y es que siempre a
habido ricos y pobres, pero cada vez el abismo que nos separa se hace mayor. La
frontera de la dignidad económica se aleja a pasos agigantados al son de las
buenas palabras y las noticias de la recuperación.
Ya lo decía Cohélet:
«Quien ama el dinero, no se harta de él; y para quien ama riquezas, no bastan ganancias.»
(Eclesiastés 5, 9)
Esta verdad se repite hasta la saciedad sea cuál sea el
sistema reinante. Socialismo, comunismo, capitalismo... todos concluyen con un
acaecimiento común, un gesto vulgar: "a la saca".
Qué habremos de hacer los cristianos ante tal situación,
buscar la riqueza de las bienaventuranzas. Porque el único banco válido es el
que está en los cielos y su libreta de ahorros es la conciencia.
«Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.»
(Lucas 12, 33)
Poco más cabe añadir a las palabras del Maestro, tan solo
traerlas a la palestra para dilucidar nuestra riqueza a los ojos de la fe.
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