Aún no eran las cinco de la mañana. Aunque hacía unos días
que se habían adecuado los relojes al horario de verano la luz no incidía en la
ventana del dormitorio. Lo que había despertado a Ana había sido un ruido, un
sonido seco. Al principio no le prestó mayor importancia, podía haber sido en
la calle cualquier peatón o los basureros que ahora pasaban más temprano. Justo
cuando el sueño volvía a apoderarse de su conciencia volvió a escucharlo. No
más fuerte, ni más prolongado. Era el mismo sonido que la había despertado la
primera vez. Pero lo peor no era que se repitiera, lo peor era que no procedía
de la calle.
A sus treinta y cinco años Ana sabía que la sábana no era la
protección que ella suponía cuando de niña se escondía tapándose la cabeza.
Ahora no tenía más remedio que enfrentarse a sus miedos. Podía esperar un poco
más en la cama. Quizás eran imaginaciones suyas y el sonido procedía de la
calle. Pero, no. Allí estaba otra vez. Estaba vez el periodo de silencio fue
menor. Ana se incorporó y puso toda su atención en detectar cualquier atisbo de
vida en su pequeño apartamento. Sabía que los vecinos de abajo no podían ser
los que producían ese sonido, habían salido dos días antes de vacaciones y no
pensaban volver hasta pasada una semana.
El silencio volvió a esfumarse por cuarta vez. Finalmente
Ana decidió calzarse sus zapatillas. No eran unas zapatillas cualesquiera.
Estas las había comprado a un comerciante en su única visita a Tánger, a donde
se dijo a sí misma que no volvería. Las zapatillas estaban hechas con piel,
adornadas con bordados coloridos y terminadas en una fina punta, semejante a
las que recordaba de su libro de cuentos de Aladín. Le gustaba este tipo de
calzado para la casa por su suela extremadamente fina. Hasta la cabeza de un
alfiler parecía una pequeña piedra cuando ponía el pie encima. Prácticamente
era como si no llevara nada, como si estuviera descalza.
Se calzó las zapatillas con un cuidado extremo, inusitado en
ella. Cada paso era dado tras el convencimiento de que no hacía ruido al darlo.
A oscuras, sin encender la luz, se fue aproximando poco a poco hasta la puerta
del dormitorio. No le gustaba dormir con la puerta cerrada, pero tampoco le
agradaban la visita de mosquitos nocturnos aleteando junto a su oído. Así que
la dejaba ligeramente encajada, con el espacio de un dedo como separación del
bastidor que sostenía la hoja. Muy despacio, conservando el silencio, abrió la
puerta. El miedo le impedía asomar la cabeza al solitario pasillo. Pero de
nuevo un sonido seco la empujó a avanzar.
Al asomar la cabeza solo podía ver la oscuridad a su
izquierda, sin embargo, por la derecha un atisbo de luz difuminaba el negro
gobernante del pasillo. Puede que se hubiese dejado la luz encendida del cuarto
de baño. Sería la primera vez. Ana siempre se aseguraba de que estuvieran todas
las ventanas cerradas y la puerta de la calle con la llave echada. No era
posible que se hubiese dejado la luz del baño encendida. No. Allí había
alguien.
Sus pasos hacia luz eran tan cautelosos como si anduviese
sobre algodones o nubes. A medida que se acercaba al final de pasillo la
claridad de la luz se hacía más patente. Cada paso la acercaba a una certeza,
la luz del baño estaba encendida. El mismo lugar del que procedían los golpes
secos, aún inidentificables. Un paso la llevó hasta la esquina. Con máxima
cautela asomó la cabeza. Un ojo le bastó para confirmar sus sospechas: la luz
del baño estaba encendida. Un segundo más observando y también confirmó la
procedencia del sonido. Tenía su origen en el baño. Queriendo flotar para no pisar el
suelo y evitar cualquier ruido se aproximó hasta el origen de sus miedos. No
sin antes retroceder algún paso avanzado en una huida desesperada hacia la
seguridad de su dormitorio. No tenía más que volverse y enviar un mensaje por
el móvil para pedir ayuda. Pero hay ocasiones en que el miedo supera a la
razón. Así que avanzó un último paso hasta situarse frente a la puerta del
baño, justo en el momento en que la luz se apagó y el sonido volvió a romper el
silencio. Esta vez sí despertó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario