31 de enero de 2013

La irresponsabilidad de los responsables


En los últimos días el público se viene encontrando en sus receptores de radio, televisiones y mostradores de prensa, un aluvión de irresponsabilidades que se suman a la ya comprometida situación de cada quién. No dejan de surgir noticias de corrupción que salpican a entidades relevantes de orden público y privado.
Los sinónimos que se encuentran para corrupción son descomposición, putrefacción, pudrición, podredumbre, etc. de los cuáles muchos son sinónimos a su vez del estado de ánimo en que se encuentra el ciudadano que acude atónito al empobrecimiento moral de las instituciones.
Platón escribió en la su obra La República (Cap. VI) sobre la moralidad ejemplar que debían contemplar quienes representan y defienden al Estado. Este insigne filósofo proponía tres sectores de ciudadanos, de los cuáles dos, políticos y guerreros, serían los responsables del buen hacer de la nación. Su ejemplaridad moral debiera ser tal, proponía el alumno de Sócrates, que no debieran siquiera contraer matrimonio ni poseer bien alguno, pues la familia los haría débiles frente al invasor de la patria y el dinero y bienes terrenales los embaucarían hacia la corrupción.
Es curioso que este ensayo, fuera la consecuencia de la, ya por entonces, depravada clase pública, varios siglos antes de Cristo. Sin embargo, conserva fundamentos de verdad al procurar apartar la mundana condición humana de la superior condición de Estado.
Los responsables públicos tienen deber y responsabilidad contraídas para con los ciudadanos. No siendo preciso que la responsabilidad sea la consecuencia de la voluntad expresada en urnas, sino en el mismo hecho de representar a una entidad oficial. La representación y gerencia requiere de cualificación y aptitud moral; no ya sólo de quién ostenta cargo, sino de quién lo pretende; le haya sido concedido u optado.
Pedir responsabilidades en caliente no es buen consejo, pues se actúa movido por la pasión y no por la razón. Más bien es preferible que las consecuencias de las irresponsabilidades se descubran en su totalidad y sean juzgadas en todo, como suma de las partes, y no en partes sesgadas. No obstante cabe hacer un llamamiento a la cordura y conciencia de los responsables.
Dimitir es la opción más digna, cuando un cargo público es acusado y señalado de culpa. No cabe acogerse a una institución como si fuera imprescindible. Nadie es imprescindible, como mucho, necesario. Pero en los casos que apremian, la mera sospecha de podredumbre política e institucional, debe ser justificación suficiente para provocar la renuncia.
Los corruptos, los que han hecho lo que no debían en daño al Estado y las instituciones que lo componen, así como los que levantan escándalo a la ciudadanía, sólo tienen un camino, la dimisión y toma de responsabilidad. Nadie tiene el mínimo derecho de apropiarse de lo que es de todos, o de perjudicar a lo público en beneficio de lo propio.
La irresponsabilidad de los responsables, requiere responsabilidades.

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