14 de noviembre de 2013

El legado de Pablo de Tarso

Un apóstol controvertido

El apóstol número trece produjo revuelo en el seno de la Iglesia desde que se unió al grupo de seguidores de Cristo. Sus cartas, por más que transmitan la belleza de la palabra y la verdad del mensaje evangélico, no dejan indiferente, ni pasaron inadvertidas desde el origen de la fe cristiana.

El primer gran enfrentamiento entre las tesis del de Tarso y la Piedra de la Iglesia fue el motivo de que se celebrase el Concilio de Jerusalén, apenas unos años después de la Resurrección. Su oposición a la doctrina petrina en la que evitaba ser judío para ser cristiano le valió el beneplácito de los gentiles, del que fue apóstol, frente a ala conservadora de la Iglesia primitiva.

Apóstol del amor

Hoy en día los escritos de san Pablo siguen siendo motivo de ríos de tinta. Más recientemente a raíz del libro Cásate y sé sumisa de la periodista italiana Costanza Miriano, publicada por una editorial afín al Arzobispado de Granada. El título del libro es aún más explícito que el mensaje que contiene. Un llamamiento a la sumisión de la mujer, degradando su persona y su calidad de hija de Dios.

Es cierto que en la carta a los Efesios, Pablo hace un llamamiento a la sumisión de la mujer (Ef 5, 21-24). Pero no es menos cierto que Cristo llamó a la vocación marital en igualdad de condiciones (Mt 19, 5-6).

Una sola carne

La vida conyugal, el matrimonio, es un contrato de igualdad, en el que los dos cónyuges se juran amor y respeto. Ambos hijos de Dios en igual medida, no uno más que otro, sino como una sola carne (Ef 5, 31-32). Y por ser una sola carne (Mt 19, 6) ambos son iguales ante los ojos de los hombres y de Dios. No cabe lugar a la sumisión, sino a acrecentar la igualdad entre ambos mediante el amor. Un amor como el que Cristo tiene a su Iglesia (Ef 5, 25), a la que trata como igual. Acaso no delegó Jesús en Pedro, siendo las decisiones de la Iglesia válidas en el Reino de los cielos (Mt 16, 19). No hay sumisión entre la Iglesia y Cristo, como no la puede haber entre una mujer y su esposo.

La violencia hacia la mujer tiene su germen en el hecho de no considerarla un ser igual, cuando lo es (sino superior). Por eso muestro mi disconformidad con esta lectura parcial del amor conyugal. Porque el amor nos hace iguales.

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