16 de enero de 2014

Dos iglesias, una sola fe

El cisma entre oriente y occidente

Que la Iglesia ha cambiado desde las primeras comunidades cristianas es algo observado por todos. Durante el proceso no solo se ha pasado de celebrar la eucaristía en el segundo piso de una fonda, sino que la fe se ha ido perfilando con la ayuda de santos y laicos de toda índole. Un proceso causante de cismas en el seno de la Iglesia, dando lugar a separaciones y nuevas creencias: ortodoxos, protestantes, anglicanos...

De todas las iglesias que pueblan la faz de la Tierra difundiendo el mensaje de Dios, dos son las más importantes. De un lado Roma, sede de la silla papal, y de otro Constantinopla (hoy día Estambul), referencia para los ortodoxos. Pero estas iglesias comparten más de lo que las separa. De hecho, la Iglesia Católica invita a los fieles a comulgar en los templos ortodoxos si no es posible hacerlo en uno católico. ¿Por qué? Porque la Iglesia Ortodoxa comparte la misma fe, con una sutil diferencia.


Origen de la disputa

El siglo IV no se puede decir que fuera un remanso de paz. El imperio romano estaba a punto de la escisión y lo que hoy es Europa formaba un collage de reyes, nobles e intereses para todos los gustos. En ese contexto, hervidero de disputas, la Iglesia concluía su proceso más importante. Tras cuatro siglos de persecución en que los Santos Padres habían aportado los puntales para sostener a la fe en Cristo, Roma finalmente se disponía a abrazar el catolicismo.

El modo de consensuar las verdades teológicas es en concilio. Asamblea de obispos, cardenales y teólogos en la que se ponen en común las opiniones y se promulgan las verdades de fe. Cuestiones obviadas en los evangelios, pero que necesariamente se desprende de ellos.

El Concilio Ecuménico de Constantinopla del 381 fue el que definió la persona del Espíritu Santo: «Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre».  De modo que se reconoce a Dios-Padre como el origen de la tercera persona de la trinidad: el Espíritu Santo. Pero el Concilio siguió hablando, dando forma al conocido como Credo Constantinopolitano. Y dijo sobre el Espíritu Santo: «Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria». Hasta aquí todo bien. Sin embargo, algunos obispos vieron que se anteponía las personas de Padre e Hijo a la del Espíritu. Dando lugar posteriormente a varias herejías de las que nacieron dos nuevas iglesias cismáticas: Nestoriana y Monofisita (ambas en grave peligro de extinción).

En el año 589 se celebró el Tercer Concilio de Toledo, con motivo de la conversión de los visigodos a la fe católica. Concilio que aprovechó la rama latina de la Iglesia para hacer una pequeña modificación al Credo Constantinopolitano. Conocida como el término filioque, traducido como "y del Hijo". De esta forma la frase del Credo quedaba: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que junto con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria». Una pequeña diferencia que tuvo grandes consecuencias.

Enterado el obispo de Constantinopla, por entonces patriarca por adecuar la nomenclatura a la lengua de la región, ordenó retirar la imagen del Papa de las iglesias, dando el primer paso hacia la separación. La modificación del Credo suponía que antes fue el Padre y el Hijo, y posteriormente, surgió el Espíritu Santo. Mientras en oriente se profesaba que el Espíritu surgía del Padre, y el Hijo, también surgía del Padre. Una pequeña distinción que provocó el Cisma de Oriente en 1014.

Pero, ¿quién tiene la razón?

Argumentos bíblicos

Cuando en la Iglesia se tienen dudas de alguna verdad de fe se acude a la Biblia, y en su defecto a los Santos Padres. En este caso la Biblia tenía la razón que defendía la fe católica.
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad.» (Juan 14, 14-17)
De esta forma el Espíritu Santo es presentado como la tercera persona divina con relación al Padre y al Hijo. Jesús se lo pide al Padre y Dios lo envía a la Iglesia. En el Concilio de Florencia de 1438 se explica así: «El Espíritu Santo [...] tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración.»

Por su parte Iglesia Ortodoxa toma un fragmento del mismo evangelista Juan para justificar su verdad:
«Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí.» (Juan 15, 26)
Sin embargo, los estudios exegéticos (responsables de interpretar la Biblia), traducen la palabra griega "procede" no como procedencia, sino como misión. Lo que da la razón a la fe católica.

A pesar de todo, a día de hoy la separación entre Iglesias no es tal. El día de la Inmaculada Concepción de María de 1965, el Papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras I declararon juntos la sinrazón que les había llevado al cisma, se pidieron perdón mutuamente y se instaron a fraguar una sola fe a la luz del Evangelio y el Espíritu Santo.

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