30 de enero de 2014

La Revolución Bergogliana

Un año después de que Benedicto XVI anunciará su renuncia a seguir ocupando la cátedra de Pedro, un hombre de semblante sereno y bondadoso se asoma a un balcón de la Plaza de san Pedro de Roma. Despojado de los abalorios que lucieron sus predecesores, el Papa Francisco se dirige a una plaza abarrotada de fieles. No solo clérigos y personas consagradas la obra de Dios, sino gentes de todos los estratos sociales, de toda condición y, en ocasiones, de todas las religiones.


La figura del Papa, elegante, blanca, sobria, pero a la par rebosante de bondad y verdad, se recorta en la ventana de la que fueran los aposentos papales hasta su llegada. Bergoglio prefiere dormir en uno de las habitaciones de la casa sacerdotal de santa Marta. Otro gesto de su pontificado, la cercanía, con los suyos y los que no lo son tantos. Cada mañana, expectantes en la capilla de la residencia, los periodistas y redactores de L'Osservatore Romano toman notas de las frases de después llenan los diarios del mediodía.
« No es cristiano y no es humano que una familia no tenga para comer porque tiene que pagar el préstamo a los usureros ¡Esta dramática plaga social hiere la dignidad inviolable de la persona humana!»
Frases como estas son la tónica diaria que está haciendo del 266 sucesor de san Pedro, el hombre que está revolucionando a la Iglesia. Una Iglesia que está viviendo un doble momento histórico. De una parte: la revolución bergogliana. Y de otra: la convivencia en armonía de dos Papas. Un acontecimiento que en siglos anteriores dio lugar a desgarradores conflictos y guerras en Europa, costando la vida de miles de personas. Hoy en día, sin embargo, dos Papas visten el pectoral, uno con más sencillez que el otro.

La revolución de Bergoglio está atrayendo a gentes a las iglesias de todo el mundo. Especialmente a los pobres, los grandes olvidados del clero de Roma. Las audiencias papales rebosan de personas, el turismo se ha visto aumentado en la Ciudad Eterna y la Plaza de san Pedro es un hervidero cada vez que se anuncia la presencia del Santo Padre. Un Papa que se ha ganado el apelativo de "santo" con tan solo nueve meses de pontificado.
El mensaje cercano del Papa Francisco, tiene por otra parte una connotación negativa. Su carisma, humildad y poder de convocatoria no debe ser entendido como una adoración a su persona, sino como un puente hacia Cristo. El Papa no se cansa de repetirlo: lo importante es Dios, y los pobres. Al hacer de los más desdichados el objetivo de su obra, Dios nos brinda en Bergoglio el camino hacia Jesús, el camino hacia la salvación.

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