13 de febrero de 2014

Las reglas del juego

Imaginemos una clase llena de alumnos. Cada cual enfrascado en su propia labor, superar el examen que tiene ante él y para el que no ha dedicado mucho tiempo. La preocupación se hace notar en el tamborileo del lápiz contra el pupitre. Miradas furtivas buscando la pista para escribir la respuesta. Una tos disimulada que busca la complicidad del compañero. La mente en blanco como el folio en el que se han de redactar las palabras que lleven a superar el examen; a salir del escollo y dejar atrás el mal momento. Pero, imaginemos más. Imaginemos que el profesor, cuyo pelo cano deja entrever años de estudio y libros acumulados en su intelecto, por un momento pasa un papel escrito a los alumnos. Sin perder tiempo se rompe el blanco de sus folios y lo llenan de tinta con precipitadas palabras.


Algo así es lo que nos ocurre a los cristianos.

Los discípulos de Jesús, en este y otro tiempo, tenemos las reglas del juego, las respuestas del examen que habremos de realizar al final de los días, cuando seamos llamados ante la presencia del Padre. ¿Por qué vivir como si ese momento nunca fuera a llegar? Si hay algo hay seguro en la vida es que acaba en muerte. En algún momento somos llamados ante el Juzgado divino. Ese que según san Pablo nos juzga sobre el amor.

Ahora que el debate sobre el aborto ocupa portadas de telediarios y la prensa de hace eco de las opiniones más controvertidas los cristianos debemos llamar la razón a examen. Dilucidar entre el Derecho a vivir y el Derecho a decidir. Así en mayúsculas. Porque ambos son derechos, qué duda cabe. El uno, el Derecho a vivir es el que tenemos que defender los que proclamamos que la vida proviene de Dios. Es el Padre quien la insufla en cada una de las criaturas. Mientras el Derecho a decidir lo tenemos por cuanto criaturas libres, capaces de optar, de tomar decisiones. Pero, también, de asumir sus consecuencias. Porque no hay que olvidar que al final de los días nos examinarán del amor.

A los cristianos se nos ha dado las respuestas del examen. Contamos con toda la materia sobre la que seremos juzgados.

El evangelio reproduce las palabras del Maestro Jesús:
“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.” (Marcos 7, 21-23)
No nos condenamos porque comamos un alimento u otro. La condena, la falta de amor sobre la que seremos juzgados, nace en nuestro corazón. Nuestro corazón, nuestro intelecto, tiene las reglas del juego, sabe lo que se debe y lo que no se debe hacer.

Como hijos de Dios somos libres. Capaces de decidir por nosotros mismos y llevar a cabo las más despiadadas acciones. Aquellas que nos despojan de lo más puro que tenemos, la dignidad de hijos de Dios. Por eso, quien no cumple las normas dictadas por el maestro, quien no sigue las reglas del juego, quien usa su Derecho a decidir para pecar contra Dios, se enfrenta al examen sin los deberes hechos. Entonces solo cabe la misericordia del Padre para superar la prueba. Entonces solo el amor del Padre puede volver a inundar el corazón. Pero antes de eso podemos decidir por amar la vida, por amar al prójimo.

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