28 de abril de 2014

Ruta por los tesoros de Marchena

Llego a Marchena invitado por lo escuchado de familiares y amigos que visitaron antes esta villa de la campiña sevillana y por estar señalada en el mapa de carreteras como un conjunto de interés. Dejada atrás la autovía A-92 una carretera entre olivos y trigales me lleva hasta una glorieta donde se anuncia que la ciudad merecerá la pena: Conjunto Histórico Artístico, como la gaditana Vejer de la Frontera.

Atravieso lo que parece la parte más nueva de la ciudad, entre urbanizaciones que no quieren perder el estilo propio de la campiña y grandes supermercados situados en la acera contraria que poco tienen que ver con la antigua economía de la zona. Al llegar al primer semáforo un letrero me invita a recorrer la calle santa Clara en dirección al centro de la ciudad. Finalmente, sin tener que buscar mucho, aparco en la calle de san Sebastián, una vez localizada la plaza del Ayuntamiento, a la que volveré.


Marchena musulmana

En la céntrica calle apenas un par de bares abren sus puertas a los viandantes ofreciendo desayunos con olor a café recién hecho. Sin darme cuenta me encuentro ante la Oficina de turismo, enclavada en una gran torre. Una puerta de cristal separa el calor de afuera del microclima fresco del interior. La voz pausada y calmada de quien me atiende por poco consigue que me deje abrazar por Morfeo, el sueño se hace patente durante el resto del recorrido como si hubiera recibido el picotazo de la temida mosca. Debí haberme tomado un café.

Tras abandonar la Oficina de turismo bordeo la señorial torre para encontrarme con una casa típica sevillana, con las flores en los balcones y las características persianas. En la misma plaza un busto marca la entrada del Museo Coullaut Valera, quien fuera artista de la villa.

Siguiendo el camino que haría el agua, desciendo hasta la plaza del Ayuntamiento, un edificio nuevo al que se accede por una amplia escalinata. Más abajo llego a un lugar digno de fotografiar: la Puerta de Sevilla, también conocida como Arco de la Rosa. Algunos escalones permiten el paso al casco antiguo de Marchena atravesando por esta puerta bien conservada. Sobre su arco un escudo papal se enfrenta a su estilo musulmán. Aún se distinguen en el dintel las oquedades donde debieron encajar las hojas que sostenían.

Tesoros cerrados

Estoy en el medina de Marchena. Nada más entrar tuerzo hacia la izquierda, llegando a una plaza en la que se levanta una gran iglesia: san Juan Bautista. Junto a ella la Biblioteca municipal, donde se guardan documentos firmados en 1492, pero no se pueden ver. Volviendo a mirar a la iglesia busco la puerta de entrada, descubriendo que la riqueza de su interior poco tiene que ver con el aspecto soso del exterior.

El templo de san Juan Bautista cuenta con varios retablos a cuál más expresivo. Auténticas catequesis plásticas en las que se explica el nuevo y antiguo testamento. El altar mayor hace un repaso de la vida de Cristo, mientras las capillas adyacentes muestran todo el esplendor legado de otro tiempo. En el centro, el coro y dos imponentes órganos dan presencia de catedral a una sencilla parroquia. Aunque el mayor tesoro de la iglesia no me lo permiten ver. Se trata de nueve obras realizadas por el genial pintor Francisco de Zurbarán, destinadas, desde su encargo, a engalanar a la sacristía del templo. Ahora, en el mismo lugar al que estaban destinadas, forman parte de un museo con sus puertas cerradas a cal y canto. Una lástima que tan gran tesoro no esté expuesto para su pública degustación.

Ciudad de reyes

Al salir de la iglesia la bordeo buscando rodear también a la biblioteca en busca del antiguo alcázar. Una construcción desgastada por el paso del tiempo es el único testimonio de lo que debió ser un castillo y fortaleza. Allí se abre hoy un parque, con un mirador sobre la campiña.

Siguiendo por la calle Diego Sánchez llego a un coqueto arco donde un azulejo homenajea a una tradición de la Semana Santa de Marchena: las Moleeras, saetas sin igual cantadas el Sábado Santo a la Virgen de los Dolores cuando encamina la cuesta que la lleva a su sede canónica, la iglesia de santa María. Subo como lo haría el paso de la Virgen y accedo a un recinto donde se levantan varias columnas, es parte del antiguo alcázar, donde se hospedaron los Reyes Católicos, cuando planearon el asedio a Granda. Una gran explanada antecede a la portada de la iglesia mariana, cerrada, aunque se ofrece la posibilidad (según me dijeron en la Oficina de turismo) de llamar a las monjas del convento anexo para solicitar una visita al templo. Obvio molestar a las hermanas.

De vuelta sobre mis pasos busco la calle Carrera, pasando previamente por la Plaza Ducal, una versión andaluza de las plazas mayores castellanas. Unas decenas de vecinos atienden sus quehaceres en un día soleado que invita a charlar a la sombra de los naranjos. La calle que buscaba me hace pasar ante casas que fueron señoriales, así lo denota la Casa del Escudo, con obra magníficamente conservada sobre su puerta. El olor de gitanillas, geranios y claveles me acompaña todo el recorrido hasta la calle de las Torres, que debiera ser parte del recinto amurallado en otro tiempo y de la que solo quedan en pie varias torres, una de ellas acoge la Oficina de turismo de Marchena, marcando el final de mi ruta.

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