13 de marzo de 2014

Por qué Dios permite el mal

No hay más que abrir los ojos para ver casos en los que el mal se da en la vida. Las injusticias sociales por las que pasan nuestros vecinos que han de buscar sustento entre bolsas de desperdicios. Las catástrofes naturales que acaban con la vida de miles de personas, dejando a otras tantas en la miseria y el desconsuelo. La pérdida de seres queridos, indefensos, amados... La sinrazón de la guerra... Hay multitud de circunstancias donde el mal campa a sus anchas. No hace falta encender la televisión y poner el telediario, el mal lo experimentamos cada día por el simple hecho de vivir. Pero, si Dios es bueno, ¿por qué permite el mal?


El mal es la negación de Dios


El origen del mal está en el mismo origen del mundo. Es inherente a la existencia. Y su presencia se contrapone a la creencia en un dios bueno. Cuando algo malo nos ocurre surge la duda de si la fe en Dios es correcta, de si de verdad existe. Pero eso es parte del mal, hacer creer que Dios no existe.

San Agustín decía que él había estado buscando el origen del mal y no lo encontró, sin embargo encontró al único hombre capaz de luchar contra el mal y vencer: Cristo. Pues Cristo murió y descendió a los infiernos y al tercer día resucitó venciendo para siempre a la muerte y abriendo el camino a la nueva vida.

En la Biblia se pueden leer múltiples pasajes donde el mal se hace presente. Los libros del Antiguo Testamento están repletos de narraciones de guerras en las que la muerte tiene una omnipresencia mayúscula. El mismo Jesús sufrió a causa del mal. Él fue traicionado, juzgado y ejecutado en una muerte cruel. Ni Él mismo se escapó se sucumbir en las garras de la muerte. Pero siendo así, la venció y rompió las cadenas del pecado que atan al ser humano en las tinieblas.

La muerte de los seres queridos es la que más nos enfrenta a la realidad del mal. Es una circunstancia en la que la fe se tambalea fuerte, pero también una oportunidad para sostenerse en el callado que ofrece Dios y superar los momentos difíciles. Cristo, siendo Dios, también vivió la muerte de sus seres queridos y sintió furia, como en el caso de su amigo Lázaro, al que devolvió a la vida. Porque la muerte no procede de Dios, sino que es la vida la que nace de la voluntad de Dios. El mismo Cristo nos da la receta para librarnos del mal en la oración más universal de todas: el Padrenuestro. "Líbranos del mal". Él también fue tentado por el diablo en los cuarenta días que conmemoramos con la Cuaresma. Porque el mal no nace de Dios, sino que Él es quien vence el sufrimiento y puede librarnos del dolor. Porque Dios es Amor, y en sus brazos encontramos el consuelo del corazón dolido.

El papa Juan Pablo II dedicaba una catequesis a esta cuestión hace algunos años: ¿Por qué Dios permite el mal?

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