24 de abril de 2014

El Papa bueno y el buen Papa

Sus pontificados estuvieron separados por quince años, dos papas y adjetivo que se cambia de lugar y da impronta del legado dejado a la Iglesia y al mundo. El próximo domingo, 27 de abril, la plaza de san Pedro del Vaticano acogerá la canonización de los dos papas más importantes de la era moderna: Juan XXIII y Juan Pablo II.

El Papa bueno

De Juan XXIII se dice que fue el Papa bueno. Un hombre bonachón, entrado en carnes y con un talante singular para tratar a los que convivían con él y tuvieron la suerte de conocerle. Su pontificado llegó a aliviar los daños causados por dos cruentas guerras, tanto en Europa como en el resto del mundo. El nazismo apenas había acabado de disolverse y Europa convulsionaba aún como un perro moribundo. Entonces el cónclave cardenalicio puso el peso de la Iglesia en un hombre de fe: Angelo Giuseppe Roncalli, quien tomó el nombre de Juan XXIII.

No se puede decir que este papa fuera muy prolijo en palabras, en su haber se cuentan dos encíclicas, sin embargo, su modo de ver a la Iglesia causó una revolución, cambió el rumbo de una historia forjada cuatro siglos antes.

Hay varias versiones sobre la primera vez que Juan XXIII anunció el Concilio Vaticano II. Según la primera versión que escuché, el Papa viajaba por las calles de Roma con su secretario cuando le dijo que iba a convocar el concilio. Según la versión más aceptada, fue durante la fiesta de san Pablo, en la basílica homónima de extramuros de Roma, tras el almuerzo, en un pequeño descanso con los cardenales que asistían a la celebración, cuando el Papa anunció en un pequeño discurso su intención de convocar un doble concilio, para el pueblo y para la Iglesia, que supondría una bisagra entre la antigua y la nueva concepción eclesiástica.

Pero Juan XXIII no vio concluido el Concilio, murió al año de celebrarse la primera asamblea de obispos, tomando el relevo Pablo VI, del que se dice fue el verdadero conductor del Concilio y sin el cuál no habría podido alcanzarse el cambio que se produjo.

El buen Papa

A aquel concilio asistiría el que por entonces era obispo de Cracovia y terminaría sentado en la Cátedra de Pedro con el nombre de Juan Pablo II, en honor a sus predecesores. Juan Pablo era un hombre carismático, teólogo empedernido, devoto de María, a la que puso por bandera de su pontificado. Un hombre cuya relevancia permitió el fin del comunismo que consumía a Europa y fomentó la reconciliación de posturas encontradas. Pero también un hombre con enemigos, surgidos a partir de su condena de la Teología de la Liberación, surgida en el seno de la Compañía de Jesús en los países latinoamericanos, teniendo a los pobres como principales beneficiarios, pero cometiendo graves atentados contra la fe en su desarrollo.

Juan Pablo II fue un papa prolífico en escritos, con catorce encíclicas rubricadas por su mano, varios libros y multitud de homilías que aún hoy son estudiadas en seminarios de todo el mundo. Además de un buen hombre fue un buen papa, un papa fiel a la teología, lo que demostró confiando su pontificado a Joseph Ratzinger, cuya prematura despedida del papado nos está permitiendo asistir a un acontecimiento histórico en el que dos papas conviven en el seno de la Iglesia, sin que eso sea motivo de guerra o discordia.

Juan Pablo II difundió como ningún papa el amor a María, poniéndola en su escudo pontificio y haciéndola matrona de su mandato. Su primer discurso en público tras la proclamación papal marcó también su pontificado. Un grito de guerra sonó en San Pedro: “¡No tengáis miedo!”. Una llamada a la fe rompió las cadenas de la opresión y abrió las puertas de la Iglesia a una nueva era en la que los jóvenes serían la voz más importante, la nueva sangre de la Iglesia.

Allá por donde andaba Juan Pablo II reunía a miles de personas ávidas de ver un “santo en vida”. De hecho, su muerte, final de una enfermedad sufrida casi veinte años, dio voz a sectores de la cristiandad que lo proclamaban “santo súbito”. Una canonización anunciada que unirá este domingo a tres papas cuya trayectoria es ejemplo de vida y bandera de la Iglesia, pues en el Papa Francisco se dan las características de sus dos predecesores, siendo un buen Papa bueno.

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