8 de abril de 2014

El despertar de Ana

Aún no eran las cinco de la mañana. Aunque hacía unos días que se habían adecuado los relojes al horario de verano la luz no incidía en la ventana del dormitorio. Lo que había despertado a Ana había sido un ruido, un sonido seco. Al principio no le prestó mayor importancia, podía haber sido en la calle cualquier peatón o los basureros que ahora pasaban más temprano. Justo cuando el sueño volvía a apoderarse de su conciencia volvió a escucharlo. No más fuerte, ni más prolongado. Era el mismo sonido que la había despertado la primera vez. Pero lo peor no era que se repitiera, lo peor era que no procedía de la calle.


A sus treinta y cinco años Ana sabía que la sábana no era la protección que ella suponía cuando de niña se escondía tapándose la cabeza. Ahora no tenía más remedio que enfrentarse a sus miedos. Podía esperar un poco más en la cama. Quizás eran imaginaciones suyas y el sonido procedía de la calle. Pero, no. Allí estaba otra vez. Estaba vez el periodo de silencio fue menor. Ana se incorporó y puso toda su atención en detectar cualquier atisbo de vida en su pequeño apartamento. Sabía que los vecinos de abajo no podían ser los que producían ese sonido, habían salido dos días antes de vacaciones y no pensaban volver hasta pasada una semana.

El silencio volvió a esfumarse por cuarta vez. Finalmente Ana decidió calzarse sus zapatillas. No eran unas zapatillas cualesquiera. Estas las había comprado a un comerciante en su única visita a Tánger, a donde se dijo a sí misma que no volvería. Las zapatillas estaban hechas con piel, adornadas con bordados coloridos y terminadas en una fina punta, semejante a las que recordaba de su libro de cuentos de Aladín. Le gustaba este tipo de calzado para la casa por su suela extremadamente fina. Hasta la cabeza de un alfiler parecía una pequeña piedra cuando ponía el pie encima. Prácticamente era como si no llevara nada, como si estuviera descalza.

Se calzó las zapatillas con un cuidado extremo, inusitado en ella. Cada paso era dado tras el convencimiento de que no hacía ruido al darlo. A oscuras, sin encender la luz, se fue aproximando poco a poco hasta la puerta del dormitorio. No le gustaba dormir con la puerta cerrada, pero tampoco le agradaban la visita de mosquitos nocturnos aleteando junto a su oído. Así que la dejaba ligeramente encajada, con el espacio de un dedo como separación del bastidor que sostenía la hoja. Muy despacio, conservando el silencio, abrió la puerta. El miedo le impedía asomar la cabeza al solitario pasillo. Pero de nuevo un sonido seco la empujó a avanzar.

Al asomar la cabeza solo podía ver la oscuridad a su izquierda, sin embargo, por la derecha un atisbo de luz difuminaba el negro gobernante del pasillo. Puede que se hubiese dejado la luz encendida del cuarto de baño. Sería la primera vez. Ana siempre se aseguraba de que estuvieran todas las ventanas cerradas y la puerta de la calle con la llave echada. No era posible que se hubiese dejado la luz del baño encendida. No. Allí había alguien.


Sus pasos hacia luz eran tan cautelosos como si anduviese sobre algodones o nubes. A medida que se acercaba al final de pasillo la claridad de la luz se hacía más patente. Cada paso la acercaba a una certeza, la luz del baño estaba encendida. El mismo lugar del que procedían los golpes secos, aún inidentificables. Un paso la llevó hasta la esquina. Con máxima cautela asomó la cabeza. Un ojo le bastó para confirmar sus sospechas: la luz del baño estaba encendida. Un segundo más observando y también confirmó la procedencia del sonido. Tenía su origen en el baño. Queriendo flotar para no pisar el suelo y evitar cualquier ruido se aproximó hasta el origen de sus miedos. No sin antes retroceder algún paso avanzado en una huida desesperada hacia la seguridad de su dormitorio. No tenía más que volverse y enviar un mensaje por el móvil para pedir ayuda. Pero hay ocasiones en que el miedo supera a la razón. Así que avanzó un último paso hasta situarse frente a la puerta del baño, justo en el momento en que la luz se apagó y el sonido volvió a romper el silencio. Esta vez sí despertó.

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