La
tercera ocasión en que aparece el nombre de Juan explícitamente citado en las
Sagradas Escrituras, es en el pasaje de «La transfiguración». Relato que puede encontrarse en Lc. 9, 28-36; Mt. 17, 1-9 y Mc. 9, 2-10. Anteriormente ha aparecido su nombre en La vocación de San Juan y en La petición de los hijos de Zebedeo.
Esta
es la versión del protoevangelio de San Mateo.
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
En
este relato Jesús se retira a una loma (no hay certeza, pero se cree que fue el
monte Tambor o el gran Hermón) junto a Pedro y los hermanos Zebedeo. Jesús toma
consigo a los tres primeros discípulos, excluyendo a Andrés (hermano de Pedro),
los que más confianza les merecen para mostrarles el misterio en que Dios liga
a los maestros judíos (Moisés y Elías) con Cristo.
La
unificación de las tres personalidades supone fusionar en Cristo toda la
tradición judía, validando el nuevo mensaje y asentando en el Mesías el peso de
las cátedras de Moisés y Elías. Las leyes que fueron dictadas por boca de Moisés,
que para los judíos suponen el eje central de sus vidas, y las profecías de Elías,
el mayor de los profetas, que fue elevado a los cielos en un carro tirado por
caballos de fuego (de Jesús se dijo que era la reencarnación de Elías). Además
del Mesías que habría de venir y que fue esperado desde los albores de la
tradición, para redimir definitivamente el mal del mundo y vencer al pecado.
Con
este suceso se da un impulso definitivo a la figura de Jesús, del que Juan es
testigo predilecto. Hace comprender a los apóstoles que el Enviado tiene el
beneplácito de Dios y se corresponde con la tradición en palabras y obras.
Definitivamente es el Mesías el que está con ellos. Jesús queda sustentado en
los pilares de la Ley y los profetas.
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