18 de marzo de 2013

Juan en el misterio de Cristo y de la Iglesia III

La tercera ocasión en que aparece el nombre de Juan explícitamente citado en las Sagradas Escrituras, es en el pasaje de «La transfiguración». Relato que puede encontrarse en Lc. 9, 28-36; Mt. 17, 1-9 y Mc. 9, 2-10. Anteriormente ha aparecido su nombre en La vocación de San Juan y en La petición de los hijos de Zebedeo
Esta es la versión del protoevangelio de San Mateo.
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
En este relato Jesús se retira a una loma (no hay certeza, pero se cree que fue el monte Tambor o el gran Hermón) junto a Pedro y los hermanos Zebedeo. Jesús toma consigo a los tres primeros discípulos, excluyendo a Andrés (hermano de Pedro), los que más confianza les merecen para mostrarles el misterio en que Dios liga a los maestros judíos (Moisés y Elías) con Cristo.
La unificación de las tres personalidades supone fusionar en Cristo toda la tradición judía, validando el nuevo mensaje y asentando en el Mesías el peso de las cátedras de Moisés y Elías. Las leyes que fueron dictadas por boca de Moisés, que para los judíos suponen el eje central de sus vidas, y las profecías de Elías, el mayor de los profetas, que fue elevado a los cielos en un carro tirado por caballos de fuego (de Jesús se dijo que era la reencarnación de Elías). Además del Mesías que habría de venir y que fue esperado desde los albores de la tradición, para redimir definitivamente el mal del mundo y vencer al pecado.
Con este suceso se da un impulso definitivo a la figura de Jesús, del que Juan es testigo predilecto. Hace comprender a los apóstoles que el Enviado tiene el beneplácito de Dios y se corresponde con la tradición en palabras y obras. Definitivamente es el Mesías el que está con ellos. Jesús queda sustentado en los pilares de la Ley y los profetas.

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