9 de abril de 2013

«In memoriam»


Si algo tenemos seguro los seres vivos es que, tarde o temprano, se nos acaba la vida y nos llega la muerte, que sin ser el fin, desde luego supone un punto de inflexión insalvable. A menudo la ausencia que causa el fin de la vida nos es ajeno hasta que le corresponde a una persona cercana o a alguien que en algún momento hemos conocido. Suele ser entonces cuando la conciencia nos cuestiona sobre el fin de los días y si nos comportamos convenientemente con la persona ausente.

Con este texto no pretendo dar homenaje a nadie, sino llamar la atención de que antes de la muerte está la vida y que es motivo suficiente para homenajear a las personas cercanas mientras pueden agradecer la deferencia.

Hace algún tiempo conocí a un capitán de la Marina Mercante, hombre que, como otros, se caracterizaba por el temple en situaciones sumamente peligrosas y curtido en las adversidades de la mar. Esta persona tenía un trato especialmente duro con todos los subordinados de la nave. Sin embargo, un día, hablando en el puente de mando, surgió el tema de las personas ausentes. Me quedó grabado que aquel hombre, que era el temor de toda la tripulación, había trascendido esa frialdad a sus personas cercanas y se sentía culpable por no haberle dicho a su difunto padre un sencillo «Te quiero».

Diariamente en las páginas necrológicas de los periódicos aparecen nombres de personas que en mayor o menor medida dejaron huella en nuestra sociedad. Insignes los unos e ignorados los otros, pero todos ausentes. Algunos dejan además la culpa de no haber prestado suficiente atención a sus personas, lo que se pretende paliar con homenajes. Dar en la muerte lo que no se dio en la vida.

Las personas, cuyos legados se defienden a capa y espada cuando mueren, precisan de nuestra atención en vida. Decir «te quiero» o simplemente unas palabras de aliento y admiración es mayor homenaje que todos los que se puedan realizar una vez que dejan este mundo para ir a la presencia del Padre. Reconocer el legado de quienes nos rodean mientras están con nosotros es infinitamente más digno y gratificante que procurar paliar nuestra falta con flores y distinciones. Olvidando, tal vez, que antes de llegar la muerte ha reinado la vida.

Ser humano y comportarnos como iguales debe ser una prioridad diaria para con todas las personas que nos rodean. Los pequeños homenajes diarios humanizan y vivifican. Habríamos de comportarnos en tal modo que cuando nos falta una persona no sea necesario un homenaje «in memoriam», sino que el homenaje lo hayamos regalado cada día a todas las personas que nos importan y nos rodean. Más vale un «Te quiero» en vida que un «In memoriam» tras la muerte.



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