11 de junio de 2013

Repensar la pobreza

Hace algunos días los cristianos celebramos la fiesta del Corpus, con una exaltación del pasaje evangélico en el que Jesús da de comer a una multitud con unos pocos panes y peces. Al hilo de esta ocasión el papa Francisco expuso en su homilía una frase que se me ha clavado en la mente y en la que pienso cada vez que tengo que arrojar algo al cubo de la basura: "Los alimentos que se tiran a la basura son los alimentos que se roban de la mesa del pobre, del que tiene hambre". Esta verdad, que como otras muchas es incómoda, golpea fuertemente en mi conciencia.

Yo trabajo (afortunadamente) en un restaurante. Allí el gesto de arrojar alimentos a la basura se convierte en una acción más de las cotidianas. Alimentos que en nuestro hogar podríamos aprovechar, pero que por ser para servir profesionalmente deben ser desechados. Desde que leí la homilía del papa cada vez que tengo que tirar algo a la basura un sentimiento de repulsión hacia mí mismo me corroe. Me siento parte de un sistema de desprecia al género humano. Mientras en la puerta de mi lugar de trabajo los menos favorecidos buscan entre los despojos que albergan los contenedores, yo y otros tantos desechamos alimentos, desechamos nuestra dignidad.

Ya lo decía Hume: "El lobo es un lobo para el hombre", pero en la voluntad del hombre está cambiar. Es preciso que mi conciencia, nuestra conciencia, cambie, que abrace la maravilla humana. No se trata de ser santos, muchos de nosotros tenemos recelos hacia muchas personas. Se hace extremadamente difícil perdonar a quién nos hace daño. Sin embargo, cada vez que no perdonamos a los que nos ofenden, nos alejamos más de la dignidad de persona. Cada vez que nos olvidamos que todos somos iguales, animales desnudos capaces de razón, destruimos un poco de nuestra humanidad y nos hacemos lobos.

La dignidad humana pasa por prestar más atención al semejante que duerme refugiado en el cajero de banco, del vecino que pasa hambre, que los hay y los conocemos. Hay que prestar atención a lo verdaderamente importante, que no es el volumen de ganancia de la bolsa de valores, sino el Ser Humano, Nuestro Vecino, al que le robamos cada vez que tiramos alimentos a la basura.

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