
En el Evangelio de Juan la palabra tiene un singular protagonismo, desde el inicio. El himno inicial es un canto a la palabra, a la Palabra que nace de Dios y hace hombre para traer la Buena Nueva, para vencer a la muerte y romper las cadenas del pecado. Juan está presente en los momentos más importantes de la vida del Maestro: en el relato de su muerte y resurrección; a los pies de la Cruz, junto a su madre; en la Santa Cena, en que lava los pies a los que están con él... El Evangelio de Juan tiene la singularidad de quien todo lo ha contemplado y se sabe testigo de acontecimiento único.
El cuarto evangelio está escrito en griego; lengua en que la palabra “verdad” se transcribe como alêthaeia, alêthês y alêthinos. Con un total de cuarenta y ocho veces escrita a lo largo del relato, sin contar las veces que la repite el mismo autor, Juan, en las cartas posteriores. La “verdad” está omnipresente a lo largo del evangelio y es un recurso teológico al que acude para dar fuerza al mensaje. En varias ocasiones repite el evangelista Juan las palabras de Jesús en que se relaciona con la verdad:
“La palabra es la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (1, 9)
“[...] gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y verdad” (1, 14)
“[...] los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y verdad” (4, 23)
“[...] yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, [...] el Espíritu de la verdad” (14, 16)
O aquella que marca definitivamente a la persona de Jesús como Hijo de Dios:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (14, 6)
Pero la verdad que es Jesús no es una verdad rígida y obsoleta en el pasado. Jesús es una verdad dinámica, que da vida a quienes le acogen en su morada, una verdad fresca, un mensaje siempre actual, que se puede aplicar a cada momento de la vida. La verdad de Jesús no se limita a su tiempo; trasciende las fronteras de los siglos y llega hasta nuestros días, para hacerse verdad en nosotros. Porque la verdad de Jesús conduce hacia la luz del Padre y aleja de las tinieblas. Es una verdad que nos hace libres. Y quienes escogen la mentira, la palabra sin vida, tienen el riesgo de caer en el abismo del pecado. La verdad nos une a Dios y nos liga a la familia cristiana. Una Verdad que no podemos callar, sino compartir con el resto del mundo.
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